miércoles, 21 de octubre de 2009

"Escrabel"


Dentro de una conversación es mencionado el juego de mesa Scrabbel, del cual no había oído en mi puta vida. Alguien levanta el dedo índice en actitud de querer sorprender a los participantes, y con una mueca que retuerce levemente el cuello y arqueando una ceja, solicita la atención de todos. Se inclina y saca por debajo de la mesa el famoso juego. Nadie entiende como, justamente ese día, andaba con el juego. Concluí que tenía todo preparado desde hace tiempo, por alguna razón, no sé cual. En fin. P dijo: “si - si, yo lo cacho; A lo ubicaba de la tele y J ya lo conocía, es más, lo había jugado en línea con otros nerds de internet.
Desafié a A a una partida. Comenzamos a jugar imponiendo reglas que, según cuentan los expertos, pueden variar dependiendo del criterio y dificultad que los participantes quieran experimentar.
Comenzamos como cuidadosos principiantes. Intentamos encontrar palabras enteras que permitieran obtener la mayor cantidad de puntaje, pero después de un rato de cranearse y sin diccionario a mano, se comienza a recurrir a las eses y la enes, que sirven bastante a la hora de quedarse sin argumento y como que... “uno se empieza a aburrir, eh”. Con este panorama de trompas estiradas y manos bajo el mentón, decidimos cambiar las reglas, lo que era permitido, pues sólo basta el consentimiento de los jugadores para poder hacerlo.
Las instrucciones acordadas consistían en formar palabras sólo de origen criollo, lo cual generaría cierta cantidad de ventajas para todos, pues esto llevaba adjunto beneficios impensados en el caso de haber continuado con la versión original del juego de Alfred Butt, creador de Scrabble (tipo cesante, víctima  de embrollos económicos nacionales en los años '30 que cansado de jugar con las improbables posibilidades de los juegos de azar y de aburrirse con el complejo ajedrez quiso idear un juego de mesa que combinara ambas cosas: un poco de azar y cierta cantidad de estrategia y trabajo mental. Así ideó un sistema: luego de juntar letras se forman palabras de las cuales salen otras palabras y así hasta el infinito con el fin de obtener la mayor cantidad de puntajes y naturalmente ganar. Tras varios intentos fallidos y largos años de estudio y experimentación causó rechazo y burlas de sus familiares y amigos. Fabricó, con sus propias manos, 200 juegos y los regaló sin obtener el más mínimo acto de aprobación y menos de aliento. Finalmente logró vender la idea, ya elaborada y terminada, a un amigo que pilló volando bajo, quien engatusado por el entusiamo de Butt, se puso con la plata para fabricar el juego y venderlo al público. En 1948 lo registraron con el nombre de Scrabble).
Las nuevas reglas nos otorgaban la alternativa de ignorar la gramática ferózmente y hacer trampa si era necesario, pero sin exagerar. Luego de la tercera palabra el juego comienza a sacar lo más visceral de nuestro ser, comenzamos a explotar en estornudos  y las babas comienzan a invadir los rostros de los otros al escaparse de las carcajadas; surgen los garabatos más fomes y los más elevados que conocemos; recordamos palabras y modismos noventeros y hasta ochenteros al mismo tiempo que logramos hacer avanzar más rápido el reloj. El tedio del trabajo se diluye un poco. Queda tiempo para un café  alrededor del tablero verde con puteadas de antaño. Queda menos de un minuto. Puteamos el presente con puteadas del pasado mientras nos peleamos para ser el primero en salir de esa puerta sin futuro.


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